Te conseguí la luz del sol a medianoche, y el número después del infinito, e instalé la Osa Mayor en tu diadema, y tú seguías ahí como si nada. Endulcé el agua del mar para tu sed. Te alquilé un cuarto menguante de la luna; acabé con los jardines por tus flores, inventé la alquimia contra la utopía, y he llegado a confundir con ternura la lástima con que a veces me miras. Que triste es asumir el sufrimiento, patético es creer que una mentira, convoque a los duendes del milagro, que te hagan despertar enamorado.
¡Fingir que todo está perfecto, mientras sientes que te duele!
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